La tentación de la infidelidad

El engaño, ¿representa una fatalidad o tan solo un malestar pasajero en la pareja? ¿Cómo negociar la necesidad de buscar otras experiencias sin poner en peligro la relación? Lee nuestros consejos antes de ceder, o no, a la tentación.







Cuando examinamos la noción de infidelidad a través de la historia, nos damos cuenta de que en la Edad Media el mito amoroso, el de Tristán e Isolda, por ejemplo, ya giraba en torno al adulterio.
Hoy, siglo XXI, nos encontramos en una época que cultiva el “yo”, y en la que el individuo se ve arrinconado entre el amor propio y el que siente por su pareja.
En cualquier caso, la noción de infidelidad nos devuelve a los vínculos sagrados del matrimonio, del amor único, de los cuales no es fácil desprenderse. Más allá de la evolución de las costumbres, la infidelidad, cuando ocurre, es siempre difícil de gestionar.
 
¿Un mensaje inconsciente?
Además de la falta de comunicación en la pareja o la necesidad de reafirmación narcisista existen otras razones que llevan a la infidelidad y que no siempre enunciamos conscientemente. “El engaño suele ocurrir al cabo de los cuatro años”, explica el psicoterapeuta Gonzague Masquelier. “Por supuesto que la rutina sexual entra en juego”, pero, más allá de eso, cuando una persona encuentra otro objeto de deseo lo que subyace es un mensaje inconsciente, por ejemplo, falta de amor, de creatividad o incluso de compromiso, explica el experto. María, profesora y casa desde hace siete años, pone de manifiesto el deseo de sentirse revalorizada mediante una mirada nueva. En cuanto a los hombres, “ellos están simbólicamente atrapados entre la imagen de la virgen y la de la prostituta”, agrega el médico y sexólogo Gérard Leleu. “La infidelidad le permite separar el amor del erotismo”, puntualiza.

Pasar a la acción…
Más allá de los códigos que rigen los comportamientos y los discursos, lo que entra en juego en la infidelidad es la cuestión del “yo” y, por supuesto, las consecuencias que tiene en la pareja. ¿Por qué engañas? ¿Para hacerle daño al otro o para reafirmarte? “La mayoría de las veces, los conflictos datan de la infancia”, afirma Leleu. El niño poco querido o dolido que hay en nosotros, aún insatisfecho, nos empuja a ir de brazo en brazo. Si tomamos consciencia de esa “programación infantil”, nuestra necesidad de sentirnos consolados o de seducir constantemente puede verse aplacada y entonces dejaremos de sentir la necesidad de multiplicar las relaciones amorosas. Además, “al buscar fuera lo que no encontramos en la pareja, privamos a ésta de los cuidados que pueden fortalecerla”, apunta Masquelier.

¿Confesar o no?
La cuestión es delicada y no hay reglas, sino que depende de la convicción de cada uno. Puedes confesar la infidelidad si es un verdadero síntoma de malestar en la pareja. Un “esto no funciona, de hecho, te he sido infiel” puede ser una manera de iniciar la conversación. A veces, estos deslices refuerzan el vínculo conyugal.
Para Leleu, “el drama de la infidelidad sería acusar al otro del sufrimiento propio”. Mostrarse maduro es hacerse cargo de la responsabilidad que tienen las dos partes.
En cambio, si el engaño ha sido el resultado de querer de vivir una aventura y si, a pesar de todo, el amor sigue siendo fuerte en la pareja, entonces se puede optar por no decir nada, ya que el “desliz” es un momento de individualidad. Si el amor no se ha visto cuestionado, entonces no hay engaño ni engañado. Se trata de actuar conforme a lo que se cree será lo mejor para la pareja.

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