Superar el miedo al matrimonio




En el año 2000 se celebraron un total de aproximadamente 217.000 bodas (religiosas y civiles). Desde entonces, ese dato ha ido disminuyendo a marchas forzadas, siendo de 176.000 el total de enlaces en 2009. Los reacios al matrimonio tienen sus propias razones para serlo, algo que debemos tener en cuenta si queremos convencerlos de unirse a nosotros para lo bueno y lo malo.

Diversas motivaciones

“Cada demanda es única, hay que diferenciar entre la que se guía por una intención profunda de emprender un camino junto a la persona amada y la que se lleva a cabo por el simple miedo a perderla”, recomienda la psicoterapeuta Sarah Serievic. La primera opción puede despertar en el otro el temor al compromiso, mientras que la segunda nos remite directamente al miedo a perder la libertad lograda tras la partida del hogar familiar.

Todo el mundo tiene derecho además de sus propias “buenas” razones para responder a la demanda más romántica mediante dudas, cursilerías, lamentos o incluso dando la espantada. Afortunadamente, el amor salva todos los obstáculos y se vale de ellos para superar otros nuevos…

Comprometerse: ¿una prueba?

El miedo al compromiso es comprensible aunque difícil de confesar. Para algunas personas, el placer de la espera y la eterna cuestión de saberse amado pueden ser estimulantes. El efecto tranquilizador del matrimonio puede jugar en contra del deseo y llevar a tu pareja a echar el freno. Hay también quien no confiesa su miedo y finge una falsa ilusión por ser llevado ante el altar.

En la mayoría de los casos, esta resistencia esconde una autoestima debilitada. “Se trata del miedo a no estar a la altura de nuestras esperanzas y de nuestro ideal”, precisa Sarah Serievic. La demanda en matrimonio nos confronta a la cuestión: “¿Seré lo suficientemente tierno, atento, cariñoso… en la vida diaria y para el resto de nuestras vidas juntos?” Para dar más peso al argumento matrimonial, Sarah Serievic propone otra vía: ¿Y si casarse fuese la ocasión de comprometerse con uno mismo y nos diese la oportunidad de creer más en nuestro valor? Si alguien nos ha escogido por algo será.

¡Una atadura!

Cuando la demanda en matrimonio viene dada por el deseo de sentirse más cerca del otro o por el miedo a perderlo, puede llevar a una cierta resistencia causada por el temor al encerramiento. Adiós al cuento de hadas, a la enorme tarta de bodas, al príncipe azul y a la princesa con su velo blanco… La única imagen que nos hacemos en nuestra cabeza es la de la soga al cuello. Corremos el riesgo de hacer que nuestra pareja se sienta atada, algo que ocurre con frecuencia en el caso de relaciones fusionales. “Dejar que el peso de la felicidad recaiga únicamente sobre los hombros del otro puede ser agobiante”, advierte la psicoterapeuta.

Los tipos de amor muy posesivos pueden resultar a menudo opresivos. Se les puede reconocer gracias a excesivas demostraciones de celos o de dependencia afectiva. En este tipo de parejas, una simple noche de fiesta sin el otro puede generar una crisis. Si se trata de tu caso, debes saber que el miedo es totalmente justificable. Planteaos juntos de nuevo vuestras motivaciones y reflexionad sobre la noción “juntos pero libres”. Una relación basada en la confianza en el otro y en uno mismo debe sostenerse en la voluntad de compartir para encontrar la propia felicidad y no en la posesión. Comprométete solamente si tienes una buena razón.

El clan de los divorciados

La compleja época en la que vivimos ha revolucionado numerosas reglas de la vida a dos, como la del matrimonio, la de la pareja de hecho o la del divorcio, que no atiende a clases sociales ni a edades. Según el Instituto de Política Familiar (IPF), en Europa se produce un divorcio cada 31 segundos siendo España el país donde más han crecido las rupturas matrimoniales (en la última década se ha triplicado el número de divorcios). En nuestro país, por cada tres uniones que se forman, se deshacen dos, algo que dará que pensar a más de uno.

Otro hecho notable: los divorciados raramente se vuelven a casar. Sólo un 15% de los mismos se presta por segunda vez al juego de las alianzas. Las cifras demuestran que los que han sufrido anteriormente la decepción del matrimonio son poco dados a pasar de nuevo por la vicaría.

Un factor de evolución

¿Y si en el fondo tener miedo fuese lo más normal? Después de todo, casarse significa, sin duda, decir sí a una gran aventura y a un gran desafío. Amar a largo plazo es la forma más inmediata de confrontarnos a nuestros propios límites. Un ejercicio para el que no todo el mundo está preparado. Excepto si se concibe como lo que es en realidad, ¡una formidable oportunidad de seguir evolucionando!

“Cuando le hablo de casarnos, siento que se crispa”, comenta Lucía. “Desde que la pedí en matrimonio, siento que se aleja”, se preocupa Román. El anillo, el vestido y la soñada luna de miel pierden cada vez más adeptos. Aunque no se ha perdido en romanticismo, sobre todo en el caso de las mujeres, las carreras hacia la puerta de la iglesia se hacen cada vez más raras.

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