¿Podemos saber si alguien nos está mintiendo?

Hasta ahora, descubrir una mentira era algo que dependía, fundamentalmente, de nuestra capacidad para descubrirla. Sin embargo, esto ha cambiado porque según un estudio se puede saber si nos intentan engañar.
 


Dos científicos han demostrado mediante técnicas de termografía que cuando una persona se pone nerviosa, bien por un cuadro de ansiedad o porque ha de pensar rápido un relato con el que convencer al interlocutor (algo que sucede cuando mentimos), la temperatura facial varía de forma importante. Además, la nariz sufre los cambios más severos, actuando, en cierta manera, como alarma.

Cuando mentimos, la temperatura de la nariz disminuye, efecto que los científicos han denominado "Efecto Pinocho".
Ante el esfuerzo mental de inventarnos una mentira, la nariz disminuye su temperatura local, en comparación con el resto de la cara. Evidentemente, necesitaríamos algún tipo de herramienta para detectar estos cambios térmicos en determinadas zonas corporales (una especie de cámara térmica por ejemplo). Pero los cambios, como tales, existen.

Entendemos por empatía la capacidad de ponernos en la piel del prójimo. Este estudio ha dado un paso más en el conocimiento de esta "virtud" humana. Si somos personas especialmente empáticas, y vemos que alguien está padeciendo algún tipo de agresión en una zona corporal concreta (una pierna, por ejemplo), nuestra temperatura aumentará a nivel de dicho miembro de nuestro organismo.
Con esto queda patente que la empatía no solo es una cualidad que afecta a una determinada zona cerebral, sino que nuestro cuerpo es capaz de sentir algo similar a lo que padece la persona que estamos observando.
La investigación también hace referencia al hecho de que los hombres y las mujeres nos excitamos de igual forma, aunque ellas lo expresen en menor medida. Los cambios térmicos detectados en las zonas erógenas así lo indican.

Otro hecho constatado es que determinadas actividades, como el baile, comportan cambios de temperatura característicos. De esta manera, el flamenco, por ejemplo, comporta disminución de la temperatura en el área glútea, y registra un aumento en la zona de los antebrazos.
En lo que respecta al resto de bailes, podríamos decir que cada uno de ellos tiene sus propios cambios térmicos. Quizás sea a eso a lo que los expertos llaman "efecto duende".

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